En mi colección guardo con especial cariño un set de enanitos navideños que compré cuando era niño en una cacharrería del barrio. Estas figuras venían en un blíster transparente, generalmente en juegos de seis, y se ofrecían como adornos para la temporada decembrina. Aunque estaban claramente inspirados en los famosos siete enanitos de Blancanieves, no eran productos oficiales de Disney, sino reinterpretaciones populares que se distribuían en tiendas de piñatería y cacharrerías durante los años ochenta y noventa en Colombia.
Los enanitos están fabricados en un material rígido, entre resina y pasta plástica, pintados a mano con colores vivos que les dan un aspecto alegre y entrañable. Cada uno presenta un gesto particular: unos sonríen, otros parecen más pensativos, y algunos incluso muestran esa picardía característica de los adornos navideños de la época. Su acabado es rústico, pero justamente ese detalle los hace especiales, pues transmiten la calidez y sencillez de los adornos populares que acompañaban los pesebres y árboles de Navidad en muchos hogares.
Más allá de su aspecto decorativo, estas piezas tienen un valor nostálgico muy fuerte. Representan una época en la que las compras navideñas se hacían en tiendas de barrio, donde se mezclaban dulces, luces, muñequitos de fieltro, nacimientos de plástico y pequeños tesoros como estos enanitos. Hoy en día, encontrarlos en buen estado no es fácil, lo que los convierte en un testimonio de la memoria colectiva de las navidades de hace más de tres décadas.
Por eso, estos enanitos de cacharrería no son solo figuras decorativas, sino también símbolos de la infancia y de una tradición popular que marcó a toda una generación.

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